“Desde que un grupo tiene un pasado, tiene una cultura", dice Schein(1985). La cultura organizacional, con este enfoque, resulta ser la mochila en la que, desde los que en su origen introdujo su fundador, la empresa ha ido cargando experiencias compartidas y aprendizajes comunes. Conforme la empresa va madurando, la cultura adopta distintas funciones: al arrancar la empresa, la cultura sirve de “aglutinante”, deviene fuente de identidad; conforme pasa el tiempo, la pérdida de metas clave, valores, y presunciones, puede provocar crisis de identidad; y, ya en la madurez, la cultura preserva las glorias del pasado y por ello se valora como una fuente de autoestima y defensa, pero, además, obliga a la innovación.
La cultura nunca está totalmente formada pues hay siempre un aprendizaje constante por parte de los miembros de la organización. Sin embargo, la cultura puede “cristalizarse” Cuando esto sucede, dependiendo del grado, la empresa pone en riesgo su supervivencia, pues no tiene en cuenta los cambios de su entorno ( particularmente rápidos en estos años locos que nos toca vivir ).
Su importancia es tal que los objetivos estratégicos, derivados del clásico análisis DAFO, deben ser pasados por el filtro de la cultura de la empresa ( y esto rara vez se hace ), hasta el punto de que, en caso de incoherencias entre objetivos y cultura, la recomendación de los gurús es la cambiar los objetivos antes que aquélla.